lunes, 13 de enero de 2014

LUIS ANTONIO DE VEGA: "El amor de la Sota de Espadas", la novela de Bilbao



     El amor de la Sota de Espadas es la última novela que escribió. A diferencoa de su amigo Zunzunegui, que empezó novelando su entorno, escribiendo cuentos y patrañas de Bilbao y su ría, Luis Antonio de Vega empezó escribiendo sobre países lejanos - la India y el Japón- para, una vez aposentado en el Rif, escribir novelas sobre esa tierra misteriosa, que conocía como la palma de la mano. Sólo al final de su vida regresa a su tierra y asu infancia, para novelar costumbres y modos de ser de Bilbao; de la medina Bilbao, como él gustaba decir y había escrito muchas veces.

     Ya había dedicado a su villa natal encendidos elogios en múltiples reportajes y artículos de memorias, en sus libros de gastronomía, en que le sale aquel orgullo culinario de ser de la villa donde se cocina y se come y se bebe bien.

     Pero esta vez escribe sobre Bilbao no en su condición de gastrónomo y catador de vinos, de zurrutari. Luis Antonio de Vega llevaba a Bilbao en el alma, como lo demuestran estas líneas de Primavera en Castilla, novela de 1923, donde se ve  al escritor de cuerpo entero: "Por las márgenes del Nervión se encendían los hornos del metalurgo, colmenas de obreros con sus trajes azules mahones llenaban las fábricas de jarcia de construcciones metálicas, los grandes astilleros de Olaveaga, los talleres y los muelles sucios de carbón y de limaduras de hierro, atravesados por una impetuosa onda vital que ligaba con el mar a la ciudad vascongada de las laboriosas fiebres, imperiosa y ávida, que seguía el camino de su dominio por aquellas dos orillas sembradas de chimeneas flotantes de barcos y de chimeneas gigantescas de fábricas y ferrerías" (Primavera en Castilla, 164).

     O esta otra descripción, propia también de un maestro: "Desde los caseríos de Larrasquitu se veía Bilbao dividida en dos partes desiguales por las aguas del Nervión, que tenían un raro color de arcilla; el Peñascal, con sus rocas blancas que semejaban fantásticos icebergs, deslumbró su pupila, pero fue solamente un momento porque, ya cercano a la cumbre de la montaña, dominó el mar de Vizcaya, que se extendía manso, sereno, todo azul, como las aguas de un piélago sin corrientes." (Primavera,162).

Ediciones El Tilo, S.L. Bilbao, 2000


     Con El amor de la Sota de Espadas obtuvo el premio Pedro Antonio de Alarcón, convocado por la editorial Colenda, ante un jurado formado por Francisco Gillén Salaya, Pedro Cava y José Luis Fernández-Rúa. El jurado, en la exposición con que justificó el galardón decía que "se trata de una novela sencilla, profunda y vigorosa y decididamente original. Sobre un fondo intenso, coloreado y vívido del Bilbao de hace cuarenta años, en fuertes y animadísimas estampas, se va novelando en caso histórico y conocido, en una acción de fuertes trazos y un relato de finas y modernas calas psicológicas. No suenan en esta novela las limitaciones y resonancias más o menos disfrazadas de otros autores y otras novelas. Esta que se premia tiene pintura precisa, voz y personalidad propias: es una novela hondamente española, hondamente vasca y hondamente universal, en la que se estudian dos casos de psicología de los sexos, en un clima trágico, con grandeza de tragedia griega... Todo en ella es sencillo, y bello, y natural, como el correr de la vida misma."

     "Sencillamente, profundamente, magistralmente escrita y desarrollada, esta novela nos ha parecido bella, fuerte y original, digna de merecer el premio que lleva el nombre ilustre de Pedro Antonio de Alarcón."

     El amor de la Sota de Espadas quiere ser una radiografía de Bilbao en los años de su infancia y adolescencia. A través de unos hechos que sucedieron entonces, y que forman parte de la historia local, se traza un cuadro social del Bilbao de 1910 a 1920. Todas las refrencias simbólicas están aquí: Chiquito de Abando, Cocherito de Bilbao... Es, salvando todas las distancias, como otra Paz en la guerra, -o como La Quiebra, o como El Botín, o El Intruso-, una referencia literaria obligada. Yo le tengo una gran estima a esta novela, que debe ser tenida en cuenta siempre en la ya larga serie de novelas de Bilbao.

     En ella se hace una descipción magistral de la ciudad y se sus gentes. Sorprende el descubrimiento de un Bilbao romántico: "Su vida se desenvolvía, en cuanto soltaba el remo, en el marco más romántico del romántico Bilbao, una población que estaba sin descubrir, o por mejor decir, mal decubierta. Los que pasaron por la capital de Vizcaya la encontraron dinámica, fabril, negra, torcida; pero romántica nadie."

     A este Bilbao romántico le encuentra semejanzas con otras ciudades marítimas que conoce: "En el Mediterráneo, el puerto de Trieste daba una réplica romántica a Bilbao. Las callecitas de los barrios, donde la población italiana era más densa, se asemejaban a las Siete Calles y hasta tenían sus cantones y sus borracherías. El casco viejo se parecía bastante a las juderías nórdicas, a las de Amsterdam... En Bilbao comienza por ser romántica la ría... La favorecía la torre, la favorecían los puentes... Bilbao era romántica desde que se entraba en la villa por el camino de Bolueta; el paseo del Corregidor y Miraflores, buena balconada para mirar hacia el monte y hacia el valle en un día un poco ceniciento."

     Respecto al tonio de su población, Luis Antonio de Vega habla con orgullo del origen humilde de los poderosos de la ciudad. "Azada y remo fue Vizcaya entera, sin más títulos ni más nobleza que la de sus parientes mayores. Bilbao no presumió de abuelos. Presumió de campesinos y marineros. Más tarde, de mineros y metalúrgicos... Aquella sí que era nobleza, y lo demás chanfainas."

     Se transparenta en la novela su gran admiración por las mujeres bilbainas, activas, trabajadoras, responsables; capaces de afrontar todos los riesgos y contratiempos de la vida. El matriarcado que es la villa está espléndidamente tratado en sus páginas. "Eran más tenaces, más voluntariosas, valían más que los hombres y de una manera natural, sin encontrar resistencias, se hicieron cargo de los mandos... Eran fuertes como las más fuertes mujeres de la Biblia."

     Las viudas dan la cara; las casadas obligan a sus maridos a que la diesen... Las viudas imitaban más o menos a la de don Tomás de Epalza. La Viuda de Epalza, doña Casilda Iturrizar, dedicada a los pobres, había organizado la caridad como quien organiza una casa de banca... "Se convirtió en una técnica de la filantropía. Mientras buscaba atentamente una desgracia a que poner remedio, vigilaba sus acciones, sus minas, sus barcos..."

     Ya Luis Antonio de Vega había publicado, en el semanario Domingo, una semblaza de dos mujeres bilbainas, dos símbolos de aquella sociedad en crecimiento, que están en la clave de esta historia: La Viuda de Epalza y Santa la Botera. Esta crónica sería recogida en su libro Nosotros los vascos.

     "A esta Santa la Botera -o Luz Barrenechea- sí que debía dedicarle Bilbao una calle, y no a los chocholos ni a politicastros, o erigirle una estatua como representante de la artesanía femenina de Vizcaya, como la que tiene doña Casilda de Iturrizar como tipo representativo de las damas ricas de Bilbao, que también son una clase de mujeres de las que no se debe hablar sin quitarse la boina." Nosotros, los vascos, 37).

     Porque nuestro autor, como escritor ovíparo que es, según la definición que diera don Miguel de Unamuno, fue engrosando aquél nódulo inicial hasta dar forma a esta excepcional novela. Aquellas dos mujeres de tralla, cargadas de valor simbólico, están en el origen de esta novela, empujando con su ejemplo la construcción de la sociedad del futuro.


     Luis Antonio de Vega, en la crítica que dedicó, en La Estafeta Literaria, a Mariona Rebull, la primera obra de la trilogía La ceniza fue árbol, de Ignacio Agustí, describió la moral pragmática en que creía y en la que veía el motor del crecimiento de las sociedades en desarrollo: "Los jefes de industria creaban, en la Barcelona de finales de siglo, un anueva aristocracia. Ganaban honor, pero no cómodamente. A mi se me llenaban las pupilas de gozo leyendo las páginas en las que Ignacio Agustí describía la forma que tenían que ganar honor los industriales barceloneses. Con las manos ásperas, abriendo las puertas de sus talleres a las cinco y media de la mañana, colocando a sus hijos de meritorios en las oficinas y depidiéndoles como a otro holgazán cualquiera que no fuese de su familia, si no daban el rendimiento deseable.

     Con esa horadez, y solamente con esa honradez, de una artesanía que pasaba a ser burguesa para luego convertirse en aristócrata, pudo hacerse Barcelona, como se hizo Bilbao. Poniendo una disciplina de trabajo, no permitiendo argucias de holgazanes, ni que se les desquiciase la rueda de la fortuna por culpa de nadie.

     Entre un individuo que roba horas de jornada a su patrón y otro que roba carteras en los tranvías, yo no acierto a encontrar ninguna diferencia."

     Cautiva la fuerza con que Luis Antonio de Vega describe la calle de Arechaga, don de vivía el protagonista, Claudio, hijo de Santa la Botera, así como sus aledaños, poblados de gentes humildes, con su bondad y su alegría: "La calle de Arechaga era republicana y socialista. Enclavada en el distrito de San Francisco, el que más tenazmente suministraba concejales socialistas y republicanos, podía asegurarse que era una cuestión forastera, maqueta, en la expresión comarcal... En aquel mundo bullicioso, popular, forastero, de riojanos, burgaleses y aragoneses, todavía la gente adulta en su primera generación de emigrantes, sin tiempo suficiente para que la villa se les hubiese anexionado, conducido por la mano firme de su hermana Luz, entró en la infancia de Claudio."

     La descrpción de los inquilinos de la casa de Claudio no tiene desperdicio: Don Fulgencio, el portero, zapatero remendón y recitador de versos, con su oficio vergonzoso en La Habana dedicado a regoger la "caca y la mea" de los ciudadanos, el barbero, callista y practicante, que sacaba las muelas al vecindario y, sobre todo, la huérfana Basilisa, que tenía un gran número de realquilados, hasta su boda con un forjador asturiano, que se trae a su madre de Asturias, a la que Basilisa cuidará con toda abnegación.

     "Todas las mañanas con una aguja de hacer media pescaba las guindas en aguardiente. La trataba como a una niña. Esta por su hijo... Esta por mí... Esta por Facundo Perezagua, que es socialista, para que no crean que vizcaitarras o así nos hemos vuelto. Aunque yo, por un decir, como soy de Galdácano, algo vizcaitarra también ya soy. Pero no tanto como Sabino. Los fueros nada más."

Exlibris de Ediciones El Tilo

     A medida que avanza la novela, vamos viendo cómo Claudio, enamorado de una muchacha torera, María Salomé, la Sota de Espadas, decide dejar los estudios de naútica para iniciarse en el arte de los ruedos. a tragedia surge cuando la chica resulta ser un hombre: María Salomé se ha convertido en Agustín Rodríguez.

     La tragedia es doble: la de Claudio, enamorado de una mujer que no existe. La de Agustín, convertido en un hombre que se siente mujer.

     "Estrabón descubrió que las tribus del Cantábrico estaban dominadas por las mujeres." La peliaguda cuestión del matriarcado. Así necesitaba estarlo Claudio. Su amos por Elvira, de la que se enamora después de su fracaso con la Sota de Espadas, no es otra cosa que su necesidad de ser maternizado. Víctima de eso que el autor llama "el complejo de Madona", necesitaba que su novia sustituyese a su madre. Todo un capítulo de de la Phatología sexualis de Krafft-Ebing. Ya casado, ante la imposibilidad de consumar el matrimonio, el día dos de mayo, después de subir a Mallona con los liberales de la Sociedad El Sitio, busca la muerte en la plaza de toros. Un toro de Urcola le partió el corazón.

     Así lo contó "Pescadilla" en su crónica de El Noticiero Bilbaino: "Ayer, en la plaza de Vista Alegre, se suicidó Claudio Iruretagoyeneche, Boterito de Bilbao."

     El protagonista de esta novela, Claudio Iruretagoyeneche y Barrenechea, el hijo de Santa la Botera, ha sido programado para la lucha por la vida, para el ascenso, para el pragmatismo, que es la moral de toda sociedad en crecimiento. Pero todo se viene abajo porque su personalidad inmadura, su afectividad lábil no responden a las exigencias del modelo ideal. El amor, la tauromaquia y algo más, una personalidad esquizoide, dan al traste con el plan de vida que le han trazado. ¿No hay aquí algo del Amor y pedagogía de don Miguel? Abandona su proyecto de ser capitan mercante para ser torero y acaba enamorándose se una señorita torera que resulta un gachó. Claudio Iruretagoyeneche es una víctima más de esa enfermedad moral o psíquica que contagian las amachus, lo que el psiquiatra catalán Esteban Murcia-Valcárcel ha llamado "el matriarcado patológico."

Alicante y Trespadrene
Septiembre y Octubre de 2000