Casi cincuenta años nos separan de la muerte de don Miguel de Unamuno y Jugo, acaecida el primero de enero de 1937, y su recuerdo puede aparecer algo muy lejano, aún para quienes como yo le conocieron y pudieron dialogar con él largamente.
Pero a mí no me alcanzó tal posibilidad, pues mis estudios universitarios no me llevaron a Salamanca sino a Valladolid y tampoco fueron comunes las materias en las que hubieron de versar. Esto que debo testimoniar ahora no nace, pues, sino de contactos con él en las Cortes Constituyentes de la República de 1931.
Bien es verdad que, pese a las apariencias, fueron de la más viva simpatía mutua.
Más aún que la simpatía recíproca, muy auténtica y honda desde luego, operó sobre mí una verdadera admiración respecto a él. La personalidad y actividades suyas me resultaban algo ejemplarísimo.
Aquellas sus caminatas por tierras de España y Portugal, aquella curiosidad e interés por los grupos campesino encerrados en reducidas comarcas, ni leonesas, ni castellanas, ni portuguesas, ni extremeñas siquiera, me encantaban.
Aquella profundidad de análisis del ambiente, del paisaje, de los grupos familiares, me descubría lo más auténtico y profundo de la geografía peninsular.
Aquellos Cristos que le hacen y nos hacen meditar, tanto más cuanto más solitarios se hallen, son inolvidables. Lo puedo yo testimoniar, no sólo por mi misma persona sino por otras.
En particular por aquel joven laburdino, enviado a Bethanam por su familia que lo juzgaba difícil de disciplinar y que habiendo leído por azar la publicación titulada "Al Cristo Yacente" y sin que nada hiciera provocar en él tal reacción, puesto que yo -profesor interino- ni había aludido ni mencionado a la correspondiente página de los textos de la Universidad de Toulouse, exclamase "Y dicen que Unamuno es antirreligioso".
Don Miguel resulta en mi memoria, ciertamente, otra grande, muy grande, figura por su sinceridad política y por todo el calvario que ello le acarreó.
¿Cómo no evocar aquí los años que siguieron al 1923, el confinamiento en las islas Canarias, el largo exilio en Hendaya, sus hojas libres dirigidas desde allí a los demócratas del interior? ¿Cómo silenciar que su extrañamiento fue una réplica o contrarréplica al ¡Viva la muerte! del fascismo proclamado en Italia en 1922 y al totalitarismo que intentaba ya la conquista del poder en Alemania por todos los medios?
Yo mismo, el 15 de agosto de 1923, llegué de Berlín a Munich, donde Hitler había debido ser reducido a prisión por el Ejército Bávaro. Y en los cuarteles de este último ondeaban carteles juzgados como separatistas respecto de Prusia o Alemania.
El gran personaje y pensador, el hombre histórico que fue Unamuno, no puede ser separado de la historia de Europa y América en los días de su propia vida. Hijo de Bilbao y vasco por toda su ascendencia, don Miguel no fue esclavo de lo ocurrido entre el día de su nacimiento en 1864 y el de su fallecimiento en 1937 ...
Según lo que pude yo apreciar en mis viajes a América, desde Buenos Aires hasta México y desde Caracas hasta Nueva York, ninguna figura vasca tenía tanta audiencia como Unamuno, lo cual se explica muy bien al compararlo con los literatos y los periodistas de aquellos países, por cuanto que en él no se da la tendencia tan sensible en los escritores de lengua española de los dos continentes hacia el preciosismo, llamado también barroquismo.
En Euskadi, por otra parte, yo encontraría la huella de Unamuno, pensador y escritor, en el más destacado de nuestros filósofos. Otro hombre de diáfana pluma, que fue mi buen amigo Zubiri, el donostiarra.
JESUS Mª DE LEIZAOLA
Ex-presidente del Gobierno Vasco en el Exilio
P.D.: Permítaseme agregar que la cátedra de lengua griega era para Unamuno un magisterio. De sus discípulos, el que yo más conocí y traté fue un navarro expansivo y generoso a quien hubiera deseado consultar antes de redactar las precedentes cuartillas: Manuel de Irujo y Ollo. ¡Qué satisfacción hubiera sido la suya y la mía haber podido suscribir ambos estas cuartillas!
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